UNA CONCIENCIA EN PAZ CON DIOS

Para los que quieran recuperar o conservar la salud hay una lección en las palabras de la Escritura: «No os embriaguéis de vino, en lo cual hay disolución mas sed llenos de Espíritu.» (Efesios 5:18.).

No es por medio de la excitación o del olvido producidos por estimulantes malsanos y contrarios a la naturaleza, ni por ceder a los apetitos y a las pasiones viles, cómo se obtendrá verdadera curación o alivio para el cuerpo o el alma.

Entre los enfermos hay muchos que están sin Dios y sin esperanza.  Sufren de deseos no satisfechos y pasiones desordenadas, así como por la condenación de su propia conciencia; van perdiendo esta vida actual, y no tienen esperanza para la venidera.  Los que cuidan a estos enfermos no pueden serles útiles ofreciéndoles satisfacciones frívolas y excitantes, porque estas cosas fueron la maldición de su vida.  El alma hambrienta y sedienta seguirá siéndolo mientras trate de encontrar satisfacción en este mundo.  Se engañan los que beben de la fuente del placer egoísta.  Confunden las risas con la fuerza, y pasada la excitación, concluye también su inspiración y se quedan descontentos y desalentados.

 

La paz permanente, el verdadero descanso del espíritu, no tiene más que una Fuente.  De ella hablaba Cristo cuando decía: «Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, que yo os haré descansar.»(S. Mateo 11:28.)  «La paz os dejo, mi paz os doy: no como el mundo la da, yo os la doy.» (S. Juan 14:27)  Esta paz no es algo que él dé aparte de su persona.  Está en Cristo, y no la podemos recibir sino recibiéndole a él.

 

Cristo es el manantial de la vida.  Lo que muchos necesitan es un conocimiento más claro de él; necesitan que se les enseñe con paciencia y bondad, pero también con fervor, a abrir de par en par todo su ser a las influencias curativas del Cielo.  Cuando el sol del amor de Dios ilumina los obscuros rincones del alma, el cansancio y el descontento pasan, y satisfacciones gratas vigorizan la mente, al par que dan salud y energía al cuerpo.

 

Estamos en un mundo donde impera el sufrimiento.  Dificultades, pruebas y tristezas nos esperan a cada paso mientras vamos hacia la patria celestial.  Pero muchos agravan el peso de la vida al cargarse continuamente de antemano con aflicciones.  Si encuentran adversidad o desengaño en su camino, se figuran que todo marcha hacia la ruina, que su suerte es la más dura de todas, y que se hunden seguramente en la miseria.  Así se atraen la desdicha y arrojan sombras sobre cuanto los rodea.  La vida se vuelve una carga para ellos.  Pero no es menester que así sea.  Tendrán que hacer un esfuerzo resuelto para cambiar el curso de sus pensamientos.  Pero el cambio es realizable.  Su felicidad, para esta vida y para la venidera, depende de que fijen su atención en cosas alegres.  Dejen ya de contemplar los cuadros lóbregos de su imaginación; consideren más bien los beneficios que Dios esparció en su senda, y más allá de éstos, los invisibles y eternos.

 

Para toda prueba Dios tiene deparado algún auxilio.  Cuando, en el desierto, Israel llegó a as aguas amargas de Mara, Moisés clamó al Señor, quien no proporcionó ningún remedio nuevo, sino que dirigió la atención del pueblo a lo que tenía a mano.  Para que el agua se volviera pura y dulce, había que echar en la fuente un arbusto que Dios había creado.  Hecho esto, el pueblo pudo beber y refrescarse.  En toda prueba, si recurrimos a él, Cristo nos dará su ayuda.  Nuestros ojos se abrirán para discernir las promesas de curación consignadas en su Palabra.  El Espíritu Santo nos enseñará cómo aprovechar cada bendición como antídoto contra el pesar.  Encontraremos alguna rama con que purificar las bebidas amargas puestas ante nuestros labios.

 

No hemos de consentir en que lo futuro con sus dificultosos problemas, sus perspectivas nada halagüeñas, nos debilite el corazón, haga flaquear nuestras rodillas y nos corte los brazos.  «Echen mano … de mi fortaleza -dice el Poderoso,- y hagan paz conmigo. ¡Sí, que hagan paz conmigo!» (Isaías 27:5, V.M.)  

Los que dedican su vida a ser dirigidos por Dios y a servirle, no se verán jamás en situación para la cual él no haya provisto el remedio.  Cualquiera que sea nuestra condición, si somos hacedores de su Palabra, tenemos un Guía que nos señale el camino; cualquiera que sea nuestra perplejidad, tenemos un buen Consejero; cualquiera que sea nuestra perplejidad, nuestro pesar, luto o soledad, tenemos un Amigo que simpatiza con nosotros.

Si en nuestra ignorancia damos pasos equivocados, el Salvador no nos abandona.  No tenemos nunca por qué sentirnos solos.  Los ángeles son nuestros compañeros.  El Consolador que Cristo prometió enviar en su nombre mora con nosotros.  En el camino que conduce a la ciudad de Dios, no hay dificultades que no puedan vencer quienes en él confían.  No hay peligros de que no puedan verse libres.  No hay tristeza, ni dolor ni flaqueza humana para la cual él no haya preparado remedio.(MC 190-192)

1 Comentario

  • Sameer
    30.10.12

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